La Zona Fantasma

El punto del universo dedicado a la cultura pop

El destino llama a la puerta!

Atarax despertó agitado, sudando frío, abrió los ojos y la obscuridad de la cabina era impenetrable, se incorporó sentándose sobre la dura cama de hierro mientras se frotaba los ojos, intentando acostumbrarse a la profunda obscuridad que apenas le permitía verse las manos. se dirigió hacia una bandeja que contenía un poco de comida en mal estado, un engrudo pastoso y hediondo, lo tomó con los dedos y se lo metió a la boca, a estas alturas ya no recordaba el sabor de la comida, su cerebro lo había olvidado, había olvidado como sabía todo, era un mecanismo de defensa para no sentir el asqueroso sabor de la porquería que le servían en la nave.

Había perdido la noción del tiempo, no tenía idea de cuanto tiempo había estado encerrado, al no tener ninguna luz, ni siquiera luz artificial, hace mucho que había dejado de intentar contar los días, por su propio bienestar dejó de hacerlo, le ayudaba a sujetarse a la poca cordura que le quedaba. ¡Conteo de prisioneros! Decia una voz robótica mientras sonaba una alarma estridente, en su cabeza pensaba -¿Y a dónde carajos me voy a escapar, genios?- Más de algún desafortunado prisionero había intentado utilizar los ductos de mantenimiento que recorren la nave, ductos en los cuales habían liberado colonias de Broxlox, asquerosos broxlox, con sus cuerpos viscosos, se te pegaban por cientos y con sus bocas inyectaban una sustancia ácida en el cuerpo de sus víctimas, era una muerte horrible si eras tan tonto como para querer escapar usando los ductos de mantenimiento. Atarax había escuchado los gritos, que luego se convertían en sollozos de agonía, y luego el terrible silencio que se hacía más pesado en esa celda obscura. 

 ¡Conteo de prisioneros, en posición! Gritó una voz gutural, que daba la sensación de ser un felino rugiendo y haciendo gárgaras al mismo tiempo. Atarax se paró en la puerta, se abrió una ventana pequeña de unos cuantos centímetros, unos ojos amarillos se asomaron desde afuera y entraron unos cuantos rayos de luz, una luz azulada, color neón, artificial, incómoda, pero era luz. Atarax Lanister prisionero 45556, dijo molesto, el guardia cerró la ventana sin decir nada, y continuó con los demás prisioneros, debía salir de allí, tendría que haber alguna forma de salir de este infierno obscuro de metal. El crucero de prisioneros iba hacia el 3er sistema de la galaxia, cerca del núcleo, en donde la gravedad es tan poderosa debido al masivo agujero negro que allí vive, que cualquier nave sin los sistemas y los reforzamientos necesarios sería despedazada en cuestión de segundos por la infame marea gravitatoria, llevaban un cargamento de prisioneros de guerra capturados en Novex, iban a venderlos como mano de obra esclava para las minas de gas metano de los planetas gigantes del sistema Urplon, era una condena de muerte, si no morías envenenado por los gases tóxicos del planeta, morías de cansancio, y eras reemplazado en el siguiente cargamento, con otro esclavo que tendría tu mismo destino. Así era la vida en la unión galáctica, guerras, conquista, muerte y vacío, mucho vacío. 

 Atarax cerró los ojos y en su menté regresó a casa, a su planeta, un pequeño planeta rocoso con grandes montañas y valles tropicales en el sistema Abiax, la luz rojiza y tenue de su estrella le iluminaba el rostro, el olor de las flores, el olor del cabello de su esposa, el tacto, la voz de una pequeña niña que gritaba PAPA! Con alegría, de repente todo se sacudió, las cosas que tenían en la estantería cayeron al suelo, un enorme crucero de reclutamiento de la flota se aproximaba, de él salió una nave más pequeña y en la nave iba una criatura pequeña, enjuta, cabezona, de largos y huesudos dedos vestido con un traje de seda de la más delicada de toda la galaxia. Había llegado el momento que Atarax temía, habían llegado a reclutar a los hombres del planeta y no podía hacer nada o su familia sufriría, nadie se negaba al alto consejo sin sufrir las consecuencias. Una alarma sacó a Atarax de sus memorias, la nave se sacudió, estaban cerca y la gravedad tiraba de ella con violencia. Se abrió la puerta de la celda, dos guardias Proaxianos con lanzas de plasma lo sacaron con violencia y lo llevaron por el pasillo, los Proaxianos eran feos, eran como los gatos terrestres, sin pelo, con enormes ojos amarillos, colmillos sobresalientes, garras afiladas, medían más de 3 metros de alto y eran extremadamente violentos, un humano no podía hacer nada para hacerles daño.

 La nave se sacudió violentamente ante otra embestida gravitatoria, los guardias no se movieron, mientras Atarax se tambaleaba intentando no caerse, tirado hacia el suelo por la pesada gravedad, los Proaxianos estaban acostumbrados a ella, los humanos no. A empujones lo llevaron hacia el transporte, las piernas apenas le respondían, estaba muy débil, sus músculos atrofiados por el largo encierro y la terrible alimentación si a comer un poco de engrudo con sabor a mierda una vez al día se puede llamar alimentación. Se abrió una de las puertas de contención que conectaban con la bahía de carga, en ella estaban las naves transporte, unas enormes cajas de hierro bluxiano, de color azul marino, tornasolado, el más fuerte de toda la galaxia, extraído de una estrella de neutrones Bluxum 2 había muerto hace mucho, pero había dejado un valioso regalo en forma de un núcleo de hierro sólido. Las caras sucias de los otros prisioneros reflejaban la desesperanza, sabían que no habría viaje de regreso, las minas son una muerte segura. Pero era mejor morir en las minas que terminar de entretenimiento para los Proaxianos, al menos eso te garantizaba una muerte violenta y casi instantánea en manos de algún guerrero.